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A Kaufman no le importa delimitárlo, básicamente porque ya te está contando qué ocurre con el tiempo: es completamente relativo.Ĭotard en una escena habla del inicio de una relación como si hubiera ocurrido tan solo unas horas atrás, le tienen que matizar que han pasado siete años. Los días realmente son idénticos, qué más da limitarlos temporalmente si las acciones se repiten continuamente. Sólo los recortes de periódico nos van indicando que están pasando meses de una toma a otra. Y se manifiesta de modo más significativo en la escena inicial de la casa en la que se suceden varios días en una secuencia que parece concentrada en el mismo momento. Los años y las décadas se suceden sin un rótulo que indique al espectador donde se encuentra. Lo cierto es que el montaje no deja lugar para la tregua. Llama la atención que en algunas críticas de esta película se achaca a Kaufman que quiere abarcar demasiadas cosas en sus escasas dos horas de metraje, como si todo se viera entrecortado y pasara rápidamente. Una hora que va saliendo durante la película en boca de los personajes o incluso mediante pintadas en la pared.ĬLAÚSULA TERCERA. Aunque quizás el hecho más significativo sean las continuas referencias a las “7.44”, que es la hora a la que Cotard (y seguramente más de uno) se despierta todos los días. Las referencias a Proust -el personaje de Samantha Morton lee “En Busca del Tiempo Perdido”- redundan en esta idea. Los días se van sucediendo con la esperanza (para Cotard) de que suceda un hecho genuino y maravilloso que cambie las cosas –o su estado de ánimo-, pero éste nunca se manifiesta.

Vamos, como los esfuerzos de todos por ir controlando que todo va en orden. Sus preocupaciones se van repitiendo con el paso de los años (y las décadas).

Caden Cotard parece vivir en el día la marmota. La película, por tanto, nos guía de principio a fin por la vida de Caden Cotard, recogiendo varias décadas de su existencia.ĬLÁUSULA SEGUNDA. Un hombre normal y corriente, inseguro, que no destaca especialmente en nada y que intenta encontrar su espacio entre millones y millones de seres que tampoco se distinguen mucho de él. Philip Seymour Hoffman, con la ayuda de un poco de maquillaje, se adaptaba perfectamente a tal descripción. Lejos de los ideales heroicos de los griegos antiguos o los caballerescos de la Edad Media, incluso lejos de los ideas marvelianos que propone el cine moderno palomitero, Kaufman tiene claro quién es su héroe, el reflejo exacto del hombre medio: un señor alopécico, gordo, feo y aburrido ante la monotonía de su propia vida. Y eso es lo que haremos: analizar cada una de sus cláusulas, o más bien de las conclusiones que el propio Kaufman arroja sobre el hecho de vivir (aunque dejo claro que el chorro de información que deja Kaufman en cada escena -incluso en míseros detalles- convierte el análisis en algo tan inabarcable como la propia película):ĬLÁUSULA PRIMERA. Parece, como indica la rúbrica de esta entrada, su testamento. En la película protagonizada por Philip Seymour Hoffman, Kaufman aspira a hablar de todo, como si fuera ahora o nunca. Y, atendiendo a la lista, no es decir poco. Pues bien, de entre todo su variopinto catálogo creador quizás la película que reseñamos en esta entrada “Synecdoche, New York” sea la más compleja y pretenciosa. Más famoso diría yo por sus guiones que pos sus labores en la dirección, el autor estadounidense ha dejado rarezas en forma de libretos como el de “Eterno Resplandor de una mente sin recuerdos”, “Her”, “El Ladrón de Orquídeas” o “Cómo ser John Malkovich”. Charlie Kaufman es un creador un tanto peculiar.